NEUROBIOLOGÍA DE LAS EMOCIONES
El cerebro del bebé es inmaduro en el
momento del nacimiento. Necesita tener un tamaño lo suficientemente
pequeño como para atravesar el canal pélvico -dañando a la madre lo
menos posible- pero suficientemente grande como para empezar a procesar
estímulos amodales –caricias, arrumacos, temperatura corporal, tonos de
voz de los padres.
En los primeros años de vida tienen
lugar la formación y desarrollo, gracias a la plasticidad de las
neuronas espejo, de los diferentes circuitos cerebrales que permiten
adquirir una regulación emocional progresiva.
Con tan sólo dos meses se configura la amígdala, computador biológico que registra las emociones propias del vínculo
con los padres. En este archivo mnémico no quedan inscritas las
situaciones que propiciaron la génesis de esos estados anímicos. Para
ello sería necesario el hipocampo, órgano cerebral que se constituye en
torno a los dos años y medio. El formato de relación parentofilial
proveerá al niño los recursos suficientes para afrontar adecuadamente estados de angustia y miedo
inherentes a los diferentes retos que comporta su crecimiento. De no
ser así, el estrés acumulado aumentará el nivel de cortisol en sangre,
que a su vez hiperestimulará la amígdala, y dañará las células del
hipocampo. Dicho de otra manera, al mismo tiempo que el estrés deteriora el recuerdo explícito o consciente, puede reforzar el recuerdo emocional inconsciente de la experiencia angustiosa.
Gracias al trabajo de las neuronas
espejo, los infantes van construyendo un modelo representacional
interno, a medida que interiorizan la imagen que de sí mismos obtienen
en la relación con sus cuidadores y referentes. Este constructo se va
transformando en una identidad subjetiva que dará buena cuenta de la autoestima del adulto.
Y todo esto ocurrirá de manera inconsciente ya que, debido a la
modularidad de la memoria, todas aquellas interacciones con el mundo
adulto que tengan lugar de forma procedimental (procesadas a partir de
hábitos ritualizados, y que después se despliegan de forma automática:
caminar, hablar, conducir…) no tendrán por qué tener un correlato
consciente en el hipocampo.
Hasta las mejores relaciones
parentofiliales tienen disfunciones ocasionales: negación de la
percepción del niño, comunicaciones culpógenas, invalidación de la
experiencia subjetiva del infante, valoraciones inductoras de vergüenza,
intrusividad, comentarios paradójicos, comparaciones desfavorables,
respuestas que denotan desinterés, comunicaciones de padres en
conflicto, reacciones exageradas, inversión de roles, etc.
En situaciones de estrés que produzcan daño en el hipocampo, los miedos infantiles
muy tempranos pueden activarse en la vida adulta, tras haber sido
retenidos en la memoria emocional de los circuitos de la amígdala
durante décadas. Para compensar la vulnerabilidad que generan dichos
miedos, el psiquismo utiliza mecanismos de defensa tales como la represión, proyección, negación o disociación de recuerdos angustiosos.
Una vez más, gracias a la automatización generada por la ritualización
de dichos recursos en momentos de la infancia en que fueron muy útiles,
es posible que en situaciones potencialmente adversas las personas hagan
un uso excesivo e indiscriminado de tales mecanismos sin tener
conciencia de ello por la ritualización crónica de los mismos. Los
recursos defensivos, a pesar de su utilidad, corren el riesgo de ser
desplegados a modo de descarga automática e inconsciente si en una etapa
evolutiva infantil tuvieron que ser utilizados de forma masiva e
indiscriminada para poder adaptarse a las disfunciones relacionales ya
mencionadas.
¿En qué consiste nuestro trabajo terapéutico?
Con estas premisas, gracias a una formación exhaustiva en Psicoterapia y Neurociencia,
podemos generar formatos de relación con los pacientes capaces de
constituir una matriz simbólica, que estimule los circuitos amigdalinos
por evocación de las huellas mnémicas de modelos vinculares
disfuncionales.
A medida que construimos sinergias, el paciente comienza a transferir inconscientemente sobre la alianza terapéutica
patrones relacionales que, por identificación o reacción a los vínculos
parentofiliales, se están desplegando en su vida de forma
indiscriminada y con mecanismos de defensa predominantes que no le permiten actuar de la forma más conveniente para sí mismo en ámbitos nucleares de su vida personal.
El terapeuta debe tener la destreza para acompañar al paciente en un proceso de resignificación de conflictos vitales
que le sensibilizan y condicionan. Hay, según los casos, actitudes
predeterminadas que -por su falta de espontaneidad y el desgaste
psicológico que entrañan- limitan seriamente su libertad y desarrollo potencial.
Aunque el pensamiento lógico-deductivo
consciente del hemisferio cerebral izquierdo mantenga un desarrollo
evolutivo paralelo al crecimiento anatómico de nuestro cuerpo, no ocurre
lo mismo con el pensamiento pre-simbólico inconsciente del circuito
amigdalino. Este último tiene un funcionamiento lógico, pero irracional.
Se pueden deducir científicamente los parámetros sobre los que se basa
su funcionamiento, y observando detenidamente la casuística de cada
paciente, los profesionales podemos inferir que no se rige por las leyes
de la razón ni el sentido común.
Precisamente por su carácter
pre-simbólico y por funcionar en un registro procedimental, la memoria
asociada a la amígdala (popularmente conocida como “inconsciente”)
puede ser estimulada por canales diferentes a la racionalidad
cartesiana causa-efecto. Son características esenciales de este modelo
la atemporalidad, la sinestesia y la no-contradicción. Mediante la
primera, ciertos tonos de voz, gestos o intensidades lumínicas pueden
evocar, por sí mismos y al margen del contexto manifiesto en que tengan
lugar, experiencias de orden traumático o afectos de una intensidad parecida a situaciones vitales comprometedoras para el psiquismo del sujeto.
Gracias a la segunda se enlazan
sensaciones percibidas por órganos sensoriales distintos (los olores de
ciertos platos de comida re-escenifican las cenas familiares de nuestra
infancia en muchos casos).
Por medio de la tercera, deseos que en
la práctica sería absolutamente contraproducente manifestar
(generalmente deseos sexuales o agresivos potencialmente lesivos para el
autoconcepto narcisista nuclear del sentido de la identidad y la
autoestima) pueden circular libremente y manifestarse a través de los
sueños, lapsus linguae, chistes y actos fallidos. Es decir, en
escenarios donde convergen los procesos de pensamiento
hipotético-deductivo más ceñidos al circuito racional-hipotalámico, y
los procesos inconscientes del sistema límbico-emocional.