viernes, 11 de abril de 2014

NEUROBIOLOGÍA DE LAS EMOCIONES

NEUROBIOLOGÍA DE LAS EMOCIONES

El cerebro del bebé es inmaduro en el momento del nacimiento. Necesita tener un tamaño lo suficientemente pequeño como para atravesar el canal pélvico -dañando a la madre lo menos posible- pero suficientemente grande como para empezar a procesar estímulos amodales –caricias, arrumacos, temperatura corporal, tonos de voz de los padres.
En los primeros años de vida tienen lugar la formación y desarrollo, gracias a la plasticidad de las neuronas espejo, de los diferentes circuitos cerebrales que permiten adquirir una regulación emocional progresiva.

Con tan sólo dos meses se configura la amígdala, computador biológico que registra las emociones propias del vínculo con los padres. En este archivo mnémico no quedan inscritas las situaciones que propiciaron la génesis de esos estados anímicos. Para ello sería necesario el hipocampo, órgano cerebral que se constituye en torno a los dos años y medio. El formato de relación parentofilial proveerá al niño los recursos suficientes para afrontar adecuadamente estados de angustia y miedo inherentes a los diferentes retos que comporta su crecimiento. De no ser así, el estrés acumulado aumentará el nivel de cortisol en sangre, que a su vez hiperestimulará la amígdala, y dañará las células del hipocampo. Dicho de otra manera, al mismo tiempo que el estrés deteriora el recuerdo explícito o consciente, puede reforzar el recuerdo emocional inconsciente de la experiencia angustiosa.


 



Gracias al trabajo de las neuronas espejo, los infantes van construyendo un modelo representacional interno, a medida que interiorizan la imagen que de sí mismos obtienen en la relación con sus cuidadores y referentes. Este constructo se va transformando en una identidad subjetiva que dará buena cuenta de la autoestima del adulto. Y todo esto ocurrirá de manera inconsciente ya que, debido a la modularidad de la memoria, todas aquellas interacciones con el mundo adulto que tengan lugar de forma procedimental (procesadas a partir de hábitos ritualizados, y que después se despliegan de forma automática: caminar, hablar, conducir…) no tendrán por qué tener un correlato consciente en el hipocampo.
Hasta las mejores relaciones parentofiliales tienen disfunciones ocasionales: negación de la percepción del niño, comunicaciones culpógenas, invalidación de la experiencia subjetiva del infante, valoraciones inductoras de vergüenza, intrusividad, comentarios paradójicos, comparaciones desfavorables, respuestas que denotan desinterés, comunicaciones de padres en conflicto, reacciones exageradas, inversión de roles, etc.
En situaciones de estrés que produzcan daño en el hipocampo, los miedos infantiles muy tempranos pueden activarse en la vida adulta, tras haber sido retenidos en la memoria emocional de los circuitos de la amígdala durante décadas. Para compensar la vulnerabilidad que generan dichos miedos, el psiquismo utiliza mecanismos de defensa tales como la represión, proyección, negación o disociación de recuerdos angustiosos. Una vez más, gracias a la automatización generada por la ritualización de dichos recursos en momentos de la infancia en que fueron muy útiles, es posible que en situaciones potencialmente adversas las personas hagan un uso excesivo e indiscriminado de tales mecanismos sin tener conciencia de ello por la ritualización crónica de los mismos. Los recursos defensivos, a pesar de su utilidad, corren el riesgo de ser desplegados a modo de descarga automática e inconsciente si en una etapa evolutiva infantil tuvieron que ser utilizados de forma masiva e indiscriminada para poder adaptarse a las disfunciones relacionales ya mencionadas.

¿En qué consiste nuestro trabajo terapéutico?

Con estas premisas, gracias a una formación exhaustiva en Psicoterapia y Neurociencia, podemos generar formatos de relación con los pacientes capaces de constituir una matriz simbólica, que estimule los circuitos amigdalinos por evocación de las huellas mnémicas de modelos vinculares disfuncionales.

A medida que construimos sinergias, el paciente comienza a transferir inconscientemente sobre la alianza terapéutica patrones relacionales que, por identificación o reacción a los vínculos parentofiliales, se están desplegando en su vida de forma indiscriminada y con mecanismos de defensa predominantes que no le permiten actuar de la forma más conveniente para sí mismo en ámbitos nucleares de su vida personal.

El terapeuta debe tener la destreza para acompañar al paciente en un proceso de resignificación de conflictos vitales que le sensibilizan y condicionan. Hay, según los casos, actitudes predeterminadas que -por su falta de espontaneidad y el desgaste psicológico que entrañan- limitan seriamente su libertad y desarrollo potencial.

Aunque el pensamiento lógico-deductivo consciente del hemisferio cerebral izquierdo mantenga un desarrollo evolutivo paralelo al crecimiento anatómico de nuestro cuerpo, no ocurre lo mismo con el pensamiento pre-simbólico inconsciente del circuito amigdalino. Este último tiene un funcionamiento lógico, pero irracional. Se pueden deducir científicamente los parámetros sobre los que se basa su funcionamiento, y observando detenidamente la casuística de cada paciente, los profesionales podemos inferir que no se rige por las leyes de la razón ni el sentido común.

Precisamente por su carácter pre-simbólico y por funcionar en un registro procedimental, la memoria asociada a la amígdala (popularmente conocida como “inconsciente”) puede ser estimulada por canales diferentes a la racionalidad cartesiana causa-efecto. Son características esenciales de este modelo la atemporalidad, la sinestesia y la no-contradicción. Mediante la primera, ciertos tonos de voz, gestos o intensidades lumínicas pueden evocar, por sí mismos y al margen del contexto manifiesto en que tengan lugar, experiencias de orden traumático o afectos de una intensidad parecida a situaciones vitales comprometedoras para el psiquismo del sujeto.
Gracias a la segunda se enlazan sensaciones percibidas por órganos sensoriales distintos (los olores de ciertos platos de comida re-escenifican las cenas familiares de nuestra infancia en muchos casos).
Por medio de la tercera, deseos que en la práctica sería absolutamente contraproducente manifestar (generalmente deseos sexuales o agresivos potencialmente lesivos para el autoconcepto narcisista nuclear del sentido de la identidad y la autoestima) pueden circular libremente y manifestarse a través de los sueños, lapsus linguae, chistes y actos fallidos. Es decir, en escenarios donde convergen los procesos de pensamiento hipotético-deductivo más ceñidos al circuito racional-hipotalámico, y los procesos inconscientes del sistema límbico-emocional.

Por lo tanto, resumiendo muchísimo, el trabajo del psicoterapeuta consiste en estimular los contenidos afectivos atemporales ligados al circuito límbico-emocional, e ir generando una conciencia en torno a ellos que estimule a su vez el córtex-prefrontal y el hipotálamo. Dicho de otra manera, consiste en convertir, mediante la empatía, la aceptación incondicional y la congruencia, la memoria emocional en memoria consciente. Una vez que el paciente recobra la conciencia de los diferentes contextos que sensibilizan particularmente su memoria afectiva pre-simbólica, cuando conoce, como suelo decir, “las quemaduras de primer grado que tienen el mismo color del resto de la piel y son, por tanto, invisibles, pero que escuecen por estar en carne viva”, se libera de identificaciones y contraidentificaciones inconscientes, dinámicas de imposición y sometimiento, sentimientos de deuda con misiones inacabadas de los padres, y culpabilizaciones involuntarias. Empieza a mirar con sus propias gafas y a ser agente de su propia vida